Depresión, ¿vivir o sobrevivir?

El pasado 7 de mayo participé de la FILBO con una conferencia en la que abordamos el tema de la salud mental. No con el ánimo de autodiagnosticarse ni satanizar la tristeza, sino con la intención de visibilizar, empatizar y compender de qué hablamos cuando se menciona la depresión, que no es una moda ni algo que se va a pasar y ya. Esta es la transcripción de lo que fue esa conferencia, porque creo que es un mensaje que deberíamos seguir trayendo a la conversación siempre.

5/28/202510 min read

a man holds his head while sitting on a sofa
a man holds his head while sitting on a sofa

1. El poder de las palabras

A propósito de la FILBO y la literatura, vamos a hablar del poder de las palabras.

¿Cuántas veces hemos escuchado o dicho “no alcancé boletas para el concierto de Shakira, que depresión”, o “no me pagaron, estoy depre”?

Empecemos esta charla con algo que parece inofensivo: el lenguaje cotidiano.

Pero, en realidad, las palabras importan. Cuando describimos como “depresión” nuestras frustraciones pasajeras, sin querer le restamos importancia a una enfermedad que es real, compleja, y muchas veces silenciosa.

La tristeza es una emoción natural. Todos nos sentimos mal a veces. Pero la depresión no es simplemente estar tristes. No es un mal día. No es que “todo me da pereza”. La depresión es una enfermedad y como tal necesita ser tratada con la misma seriedad con la que tratamos una diabetes, una migraña crónica o una fractura.

No es tan habitual que si te encuentras una mancha en la piel digas: “ay, mira este cáncer”. Porque es una enfermedad a la que le debemos respeto y porque con esas cosas no se juega. Entonces, ¿por qué con la salud mental sí?

Tampoco es una enfermedad de moda. No es que ahora todos estamos deprimidos, sino más bien que por fin estamos empezando a hablar de salud mental con menos tabú.

¿O no?

¿Todavía pensamos que la terapia es una cosa de locos, y nos decimos a nosotros mismos y a las personas de nuestro entorno que no pasa nada y que la salud mental es un lujo y no hay tiempo para eso?

Tal vez lo primero que tenemos que hacer es tratar de entender la depresión un poco mejor.

2. ¿Qué es realmente la depresión?

Vamos a explicarlo sin tecnicismos y con claridad.

La depresión es un trastorno del estado de ánimo que afecta cómo pensamos, sentimos y actuamos.

No es flojera. No es falta de gratitud. No es drama.

Algunos de sus síntomas comunes son:

· Pérdida de interés por las actividades que te gustaban

· Cambios en el apetito o el sueño (mucho, o muy poco)

· Sentimientos de inutilidad, culpa o desesperanza

· Dificultad para concentrarse

· Pensamientos sobre la muerte o el suicidio

Pero ojo, estos son solo algunos de los síntomas más frecuentes. No quiere decir que todos tengan que estar presentes, y no todas las depresiones se ven igual.

Muchas personas se ven “funcionales”, sonríen y van a trabajar, pero por dentro están librando una batalla enorme.

Y ese es el objetivo de traer este tema a escenarios como este. Lejos de buscar el autodiagnóstico o estigmatizar la tristeza, se trata de empezar a comprender y no juzgar las luchas que las personas de nuestro entorno, o nosotros mismos, podemos estar atravesando.

3. Panorama de la depresión en Colombia

Es que, para ser claros, lo más probable es que todos conozcamos a una persona con depresión, pero tal vez esa persona todavía no lo sabe y convive con el vacío y la desazón todos los días sin entender por qué.

Según la OMS, el 4.7% de la población colombiana sufre de depresión, lo que equivale aproximadamente a 2.4 millones de personas. Esta cifra supera el promedio mundial que es del 3.8%.

Pero, a pesar de la alta prevalencia, solo el 20% de las personas diagnosticadas con Trastorno Depresivo Mayor reciben atención especializada en Colombia. Esto significa que 8 de cada 10 personas con depresión no acceden al tratamiento adecuado.

4. El problema de las EPS

De ahí la importancia de hablar de salud mental en espacios como este.

En el marco de esta feria, además de literatura, se hablará de educación, de nuestra relación con nuestro cuerpo, de la historia de nuestro país, entre muchos otros temas.

Pero…¿Qué pasa con la salud mental?

¿En qué momento la visibilizamos como la problemática de salud pública que es y nos acostumbramos a hablar de ella sin tabú, o no como un asunto sin importancia?

Hablar de salud mental en Colombia también es hablar de las barreras que impone el sistema.

Igual que cuando tenemos una afección física, las EPS deberían ser las encargadas de garantizar el acceso a la salud mental.

En la práctica, la atención en este frente es deficiente, fragmentada e insuficiente.

El primer problema está en la capacitación del personal.

Muchos pacientes reportan que, al acudir a centros de salud por ansiedad o depresión, son minimizados y etiquetados como exagerados, recibiendo solo medicamentos sin evaluación profunda ni alternativas terapéuticas. A veces en Urgencias. Y te vas a tu casa con una receta para un antidepresivo, que tiene una lista de efectos secundarios enorme, y además puede ser altamente adictivo, pero ya hablaremos de eso.

Porque el problema apenas empieza.

Pedir una cita con psicología o psiquiatría puede tardar meses, y cuando se otorga, suele ser una atención de solo 20 o 30 minutos, sin continuidad ni seguimiento. De hecho, la mayoría de EPS en Colombia autorizan solo entre 3 y 5 sesiones de psicología al año por paciente. ¿Cómo podría alguien avanzar emocionalmente en ese tiempo? Es como dar 3 pastillas para tratar una enfermedad crónica, y nada más.

Y ni hablar de la desigualdad territorial, porque en zonas rurales la salud mental prácticamente no existe como servicio accesible.

Sin ir más lejos, también es posible que a un mismo paciente le asignen un profesional diferente en cada consulta, lo que hace imposible que haya un proceso terapéutico real.

La consecuencia de todo esto es que, para muchas personas, la salud mental siga siendo un privilegio en Colombia. Pero no es así para todos.

Si podemos tener acceso a la ayuda privada, no deberíamos ni pensarlo dos veces.

Entonces, ¿qué podemos hacer?

El primer paso siembre es visibilizar.

Es claro que necesitamos políticas que prioricen la salud mental con enfoque territorial y comunitario, orientadas a una atención oportuna, sostenida y humana, con programas de prevención y no solo de intervención en crisis, porque no basta con decirle a alguien que pida ayuda si el sistema no está listo para brindarla.

Lo que si podemos hacer es no minimizar.

No sé si alguien con el alcance de intervenir en políticas públicas me estará escuchando (ojalá), pero lo que sí sé es que todos tenemos la posibilidad de generar espacios seguros para hablar de salud mental en nuestro entorno (colegio, oficina, empresa, el que sea).

Lo primero es abrir espacios como este para conversar, validad y dejar un lado la felicidad tóxica, pero también aprender a diferenciar nuestras tristezas normales de una afección mental real.

5. Ser redes de apoyo, no de juicio

Si alguien se fractura una pierna, no le decimos “anímate y camina ya”. Llamamos una ambulancia, conseguimos muletas y lo acompañamos al médico.

¿Por qué con la depresión seguimos diciendo “tú lo tienes todo, no deberías estar triste”, “piensa positivo y ya”, “hay gente peor que tú”?

Aunque vengan de una intención buena, estos comentarios invalidan y hacen sentirse más solo al que ya está en un lugar oscuro. En cambio, podemos decir “estoy aquí para ti, aunque no sepa qué decirte”, “¿quieres que te acompañe a buscar ayuda?”, y sobre todo, “no estás solo”.

Convertirnos en redes de apoyo no significa tener todas las respuestas. Significa escuchar, no juzgar, y tender la mano.

6. Desmontar la idea de que la terapia es para ricos

Pero también significa aprender, comprender y desmontar paradigmas.

La terapia no es cosa de locos. Ni siquiera es necesario experimentar algún síntoma en particular para buscar apoyo. No nos hacemos la citología porque tengamos ALGO, sino para prevenir y no tenerlo.

Lo hacemos por prevención y autocuidado, y la salud mental no debería ser tratada de manera diferente.

La salud mental no es una cosa de gente con tiempo, porque yo tengo que salir a trabajar, o “los pobres no se pueden dar el lujo de estar tristes”.

Como vimos al hablar de las falencias de nuestro sistema de salud, esta idea no es infundada.

Pero también hace mucho daño, porque ha hecho que muchas personas intenten cargar solas con dolores muy profundos y sientan culpa por sentirse mal, o se juzguen a sí mismos por no “echar pa lante”.

Claramente hay un problema con la salud mental en términos de costos y de acceso, pero no debería haberlo por desinformación o poque sigamos perpetuando una cultura que valora más el rendimiento que el bienestar.

Por eso, además de enfocarnos en lo que no funciona tan bien y exigirle a las instituciones políticas y de salud que la salud mental esté en la agenda pública, también podemos conocer y promover otras alternativas que ya existen como:

· Redes comunitarias de apoyo

· Grupos de escucha en parroquias, colegios y universidades

· Promover espacios y políticas de apoyo en nuestros lugares de trabajo

· Ser conscientes de que también contamos con redes de apoyo gratuitas, como:

- Línea 192 del Ministerio de Salud y Protección Social

- Línea 106 en Bogotá

- Psicall App: Atención psicológica gratuita en línea del Colegio colombiano de psicólogos

- App “Te escucho” de la Gobernación de Antioquia

Entre muchas otras opciones gratuitas y de fácil acceso que simplemente no conocemos.

Si, claro que hay un problema, pero no quiere decir que no haya opciones.

7. Ahora bien, conociendo estas opciones, ¿cuándo buscamos ayuda?

Ya hemos mencionado que la tristeza es una emoción humana y universal que todos experimentamos ante un dolor o una pérdida.

Y eso está bien. Sentir tristeza no significa que estemos enfermos.

De hecho, es más bien todo lo contrario.

La tristeza es una reacción natural que, aunque incómoda, también puede ser sanadora.

Pero la depresión es otra cosa. Es una enfermedad.

Y como cualquier enfermedad requiere atención, tratamiento y cuidado.

Una de las principales diferencias entre la tristeza normal y la depresión es su causa. La tristeza suele ser una reacción a algo en específico, mientras que la depresión no necesariamente tiene una causa clara. Así mismo, la tristeza dura unos días o un par de semanas y tiende a mejorar, mientras que la depresión persiste por más de 2 semanas sin mejora y es una sensación de vacío y desesperanza constante a pesar de los estímulos externos, con desinterés por todo aquello que antes se disfrutaba.

Aunque con dificultad, con tristeza seguimos trabajando, comiendo o durmiendo, mientras que la depresión afecta seriamente la capacidad de funcionar a diario y aparecen pensamientos de culpa, inutilidad o incluso suicidio.

Por eso, las primeras claves para pedir ayuda para ti o para alguien de tu entorno son:

· Cuando la tristeza no desaparece después de varias semanas

· Cuando no puedes cumplir con tus responsabilidades por cómo te sientes

· Cuando ya no disfrutas nada de lo que antes te gustaba (consistentemente, no solo por un par de días)

· Cuando hay cambios en el sueño, apetito o la energía

· Cuando sientes que no hay salida o sentido para la vida

· Cuando aparecen pensamientos de suicidio o autolesión, incluso si son pasajeros.

A veces, un cambio en el estilo de vida (alimentación, deporte, meditación, arte), van a aportar un cambio significativo.

Pero casi siempre el acompañamiento profesional será la opción más pertinente (como decíamos, tal y como en una enfermedad física).

8. El profesional adecuado

Pero claro, encontrar a quién acudir también puede ser otra batalla.

No siempre se da con el profesional adecuado a la primera.

Y eso no significa que la terapia no funcione o que tengas un problema.

Simplemente, la terapia es un proceso que requiere afinidad, confianza y seguridad emocional, y como en cualquier otra relación humana, eso no nos pasa con todas las personas.

(Sin mencionar el lado técnico de todos los estilos o corrientes psicológicas, que no todas son para todos).

La clave está en no rendirse.

Claro que la vida con depresión es compleja, y también lo es el proceso para tratarla.

Porque basta de romantizarlo. Tener una enfermedad no es placentero.

Es válido tener dudas, cambiar de opinión y pedir una segunda o tercera opinión.

9. Y eso nos lleva a la inevitable discusión sobre los antidepresivos

Mucha gente llega a ellos como última alternativa después de haber intentado todo lo demás. Con miedo, estigma y dudas.

Y con toda la razón.

Los antidepresivos no funcionan de inmediato. A veces se necesita probar varios tipos, ajustar dosis, sufrir efectos secundarios que pueden ser leves o una lista muy larga (insomnio o mucho sueño, disfunciones sexuales, y una larga lista de etcéteras).

Es un proceso similar al ajuste a las pastillas anticonceptivas y, tal y como estas, son un tema de discusión.

¿Funcionan? Claro que sí.

¿Funcionan igual para todo el mundo? No. Todos los cuerpos no son iguales, y las depresiones tampoco.

¿Son la única alternativa? Claro que no. Son parte de un proceso compuesto por muchos elementos, y son la opción que nos brinda la medicina occidental.

También son altamente adictivos, y si se manejan con irresponsabilidad, podrían empeorar el problema.

10. Pero, ¿por qué acabamos hablando de esto?

Básicamente porque espacios como este, donde el arte y la cultura son lo que nos convoca, son justamente en los que vale la pena seguir hablando de salud mental.

La literatura es una forma de acompañar a quienes están atravesando esta lucha, e invita a expresarse y a recordar que no están solos.

He publicado dos libros (ambos novelas que se adscriben al género de romance), pero mis personajes atraviesan batallas relacionadas con la salud mental, porque una cosa no quita la otra.

Seamos más fuentes de apoyo y de compañía que emisores de juicios, y ayudemos desde nuestro papel, porque no conocemos las batallas de nadie, pero ojalá si alguien de nuestro entorno está pasando por esto, no sienta que tiene que callarse.

O si lo estás pasando tú, tengas a quien acudir.

La literatura ha sido esa voz que nos dice “no estás solo, a alguien más también le pasó”.

Porque claro que la depresión ha sido escrita y se ha narrado en primera persona.

Desde la célebre Campana de Cristal de Sylvia Plath hasta Los días iguales de Carolina Sanín, encontramos relatos y palabras para identificarnos, pero también para entender, aprender y ser más empáticos.

Este es un espacio de lectura pero también de diálogo y todos tenemos un papel frente a este (y muchas otras enfermedades mentales) que son silenciosas, y cuya batalla no debería solo sobrevivirse sino ser un reencuentro con la vida, rodeados de familiares y amigos que sostengan cuando parezca que todo lo demás falla.